sábado, 4 de diciembre de 2010

Vereda seis












Ni en el medio lo prohibido.
Una vereda es una parcela de los pies.
Ni cadenas.
Quiero soplar el metal del campo,
rescindir ya de una vez su contrato
con lo prohibido como sustancia paralizante.
Mi andar sin tropiezos, con la fuente
de hierba como bebida, con el tiempo
manso como deseo. Andar, volver,
sustento propio para lo que luego cedo.

domingo, 23 de mayo de 2010

Vereda cinco












Entre el color, esa diagonal
por camino, la mejor opción.
Quiero situarme ahí, donde
me sujete el blanco,
donde el amarillo aclame
lo ferviente, el rojo
poseerá la calculada facultad
de una erupción de capilares,
el azul, sin fatiga, será
como si el cielo fuese tierra.
Por poner unos colores, éstos,
sírvannos cualesquiera,
lienzo es la tierra, lienzo
en ella se es. La línea
calculada de un camino
tan sólo es éso, una raya
una línea en el camino.




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viernes, 14 de mayo de 2010

Vereda cuatro















Sé la voz y sé que soy
siendo en las sendas,
sé su voz suavizada,
sé mi nombre y sé
de lo poco que soy.
Saber es tanto
en este escaso tramo,
saber que el repique
de una retama
nos hace más sabios,
saber del renuevo,
esperarlo, sumarse,
en definitiva,
al asalto
de lo que sobre nosotros
anda. Sabiduría de dentro,
esa estancia duradera,
silencio y sima flotando
y nosotros ante su deseo.





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viernes, 7 de mayo de 2010

Vereda tres




Claro que ayuda el color. Parte de él
somos y a él volvemos como demanda.
Al menos yo. Y tú, vereda, has de sentirte
dichosa así, entreverada de verde, siendo
el amarillo quien restriega a mis ojos y
alimenta tu línea y tu codicia paralela.
Andar por ti, vereda, cada año percibir
la tierra y su pujante aventura de color.
Enloquecer no sería lo propio para decir
porque uno es sobrio en la cordura,
que también sobra decir ésto, sobriedad
y cordura al unísono, pues ya se entrañan.
Pero por un extraviado orificio me permito
el alucinador verbo del color y yo mi callada
por respuesta.






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lunes, 26 de abril de 2010

Vereda dos





Al partir de casa que mi modo de decirte no te extrañe.
Sabes que te ando, sabes que no soy furtivo,
lo que me das y me conformo. Dejo el hogar
y las primeras pisadas se vierten para las piedras
que al regreso siempre dejan de sonar duras.
Ahora me voy, como lo hago todos días, imaginariamente,
hacia ese paseo donde logro rearmarme al respirar,
porque en ti respiro, vereda, y tú me conoces sobrado,
todo mi andar, toda mi repercusión en la casa que dejo
y a la que vuelvo, de ahí que no te extrañes.
Te lo digo, vereda, porque a mí acudes sin nada
y con todo, sin tiempo y con toda tu frondosidad de gallos.




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martes, 6 de abril de 2010

Vereda uno

Abro esta bitácora terrestre como muchas otras: por el placer de navegar. No queda pertrechado el azar. Nunca lo estuvo para mí. Cualquiera, por extraña vereda que venga, puede pisar la que yo propongo. Puede olerla, puede sentarse, puede decidir su dirección. El azar es un elemento sin rigor alguno y como tal lo asumo para que vengan o para yo ir.





Me salvo en una vereda. Algo que sabré
y de lo que ahora sé: donde hay más clamor
de callar y sentir: en una vereda.
Haré un hueco en mi agenda de andar lento y,
de tal, no sólo te visitaré,
seré seguro de tu estirpe, vereda.

Avivas lo que digo, vereda, y sí,
es caso de considerarlo cierto,
aquí, sobre ti, sin saber muy bien
por qué solicitas tan hondo.



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