lunes, 26 de abril de 2010

Vereda dos





Al partir de casa que mi modo de decirte no te extrañe.
Sabes que te ando, sabes que no soy furtivo,
lo que me das y me conformo. Dejo el hogar
y las primeras pisadas se vierten para las piedras
que al regreso siempre dejan de sonar duras.
Ahora me voy, como lo hago todos días, imaginariamente,
hacia ese paseo donde logro rearmarme al respirar,
porque en ti respiro, vereda, y tú me conoces sobrado,
todo mi andar, toda mi repercusión en la casa que dejo
y a la que vuelvo, de ahí que no te extrañes.
Te lo digo, vereda, porque a mí acudes sin nada
y con todo, sin tiempo y con toda tu frondosidad de gallos.




.

martes, 6 de abril de 2010

Vereda uno

Abro esta bitácora terrestre como muchas otras: por el placer de navegar. No queda pertrechado el azar. Nunca lo estuvo para mí. Cualquiera, por extraña vereda que venga, puede pisar la que yo propongo. Puede olerla, puede sentarse, puede decidir su dirección. El azar es un elemento sin rigor alguno y como tal lo asumo para que vengan o para yo ir.





Me salvo en una vereda. Algo que sabré
y de lo que ahora sé: donde hay más clamor
de callar y sentir: en una vereda.
Haré un hueco en mi agenda de andar lento y,
de tal, no sólo te visitaré,
seré seguro de tu estirpe, vereda.

Avivas lo que digo, vereda, y sí,
es caso de considerarlo cierto,
aquí, sobre ti, sin saber muy bien
por qué solicitas tan hondo.



.